martes, 11 de septiembre de 2012

MEXICANOS DEL 11-S: LA TUMBA DEL OLVIDO

Por: Redacción / Sinembargo - septiembre 11 de 2012 - 0:00

Memorial 9/11

Los mexicanos que murieron en los atentados a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York hoy volverán a ser sepultados.

Cuando a las 18:00 horas de Nueva York, el senador Marty Golden –según el programa preparado por el gobierno de la ciudad- dirija la ceremonia luctuosa de los atentados del 11 de septiembre será honrada la memoria de casi tres mil víctimas mortales, entre los cuales sólo están los nombres de cinco paisanos.

Los otros muertos de México volverán al olvido. Son unos 500 o 600, quizá 800 o más; y este quizá puede extenderse en los límites del Censo de 2000 que contó en esa ciudad a 186 mil 872 mexicanos, el 8.6 por ciento de la población total.

El memorial cumplirá un año. Lo inauguró el gobierno de Nueva York en 2011 al conmemorar una década del impacto en las Torres Gemelas de dos Boeing secuestrados en vuelo. Todo, según atribuiría la Casa Blanca, producto de un plan terrorista islamista delineado por un millonario saudí financiero: Osama Bin Laden. Hace un año, el alcalde Michale Bloomberg; el presidente del Monumento Joe Daniel; los arquitectos Michael Arad y Peter Walker, así como la presidenta del Concejo Christine Quinn dieron la bienvenida a esta tumba por primera vez. Con esa gigantesca y larga lápida honrarían a quienes murieron sobre ese suelo.


De México, quedaron inscritos los nombres de Antonio Meléndez, Antonio Javier Álvarez y Leobardo López Pascual, de Puebla, así como Juan Ortega Campos, de Morelos, y Martín Morales Zempoaltécatl, de Tlaxcala. Los cuatro primeros trabajaban en el restaurante Windows of the World, en el piso 107 de la torre uno. Ortega laboraba en Fines and Saphiro. Las familias de ellos son las únicas mexicanas que recibieron beneficios del Fondo Federal de Compensación. Cada una, entre 1.1 y 1.5 millones de dólares como finiquito, de acuerdo con información del Consulado de México en Nueva York.

No están otros once cuyas identidades fueron reconocidas a plenitud por ese consulado. La mañana del 11 de septiembre dentro de las Torres Gemelas se encontraban también Arturo Alba Moreno, de la ciudad de México; José Manuel Contreras Fernández, de Jalisco; Germán Castillo García, del estado de México; José Guevara González, de Aguascalientes.

También, Alicia Acevedo Carranza, Víctor Antonio Martínez Pastrana y Juan Romero Orozco, de Puebla; Jorge Octavio Santos Anaya, de Aguascalientes; Margarito Casillas, de Jalisco; y Norberto Hernández, de origen incierto. Entre ellos, estaba Fernando Jiménez Molinar, de Oaxaca.

Entre todos estos hombres y mujeres invisibles, a Fernando Jiménez Molinar, en 2006, Joel Magallán, director ejecutivo de la Asociación Tepeyac –la organización que tomó bajo sus riendas la ayuda para las víctimas mexicanas del 11-S- lo describió así:

“Es el más paradigmático de los mexicanos que jamás existieron para el gobierno estadounidense: los olvidados del 11 de septiembre. Hubo mexicanos que quisieron cometer fraude, pero este fue un caso indudable de alguien que trabajó ahí y murió ahí”.



Las próximas horas, en Oaxaca, una mujer permanecerá callada. No hablará con nadie de su pérdida. No describirá esa desaparición de Fernando. No contará, por nada del mundo, que ella integró la lista de familiares a quienes el gobierno de Nueva York decidió no reconocer por falta de pruebas de ADN o no hallazgo de restos. No dirá que en México transcurrieron dos gobiernos presidenciales, el de Vicente Fox y el de Felipe Calderón, sin que hicieran algo –un poco- por rescatar de esa mole de escombros a su hijo. No responderá qué piensa de el hecho de que el expediente DX01022434 ya no aparezca en los archivos del gobierno de Nueva York. No relatará que esa clave y número pertenecían a su hijo: Fernando Jiménez Molinar. No expondrá que cumpliría 21 años el 14 de octubre de 2001. No evocará la única fotografía de Fernando en ese expediente, de cuando tenía 16 y traía camisa blanca y la mano derecha la había puesto en el pecho para saludar a la bandera mexicana. No compartirá que con esa edad, meses después, le dijo adiós y se fue a Nueva York. Nora Elsa Molinar –una madre- desde Oaxaca, en la escuela Alegría que dirige, dirá a todos los que le llamen que hoy 11 de septiembre que prefiere el silencio porque esta historia es de un dolor tan profundo que no es repetible. Ni siquiera dirá que a su historia le interesó a una casa cinematográfica de Italia. Hoy, sólo se permitirá una pregunta ante quienes la busquen porque se ha acostumbrado a que cada 11 de septiembre la busquen: “Y dígame ¿Ha servido de algo hablar?”



¿Y DE QUIÉN SON ESTOS INVISIBLES MUERTOS?





Parece increíble, pero la historia de los mexicanos del 11 de septiembre se resume en un nombre: Asociación Tepeyac. Los familiares de las víctimas, los sobrevivientes y los afectados colaterales de los atentados sólo contaron con este asidero hasta que un día de 2008, con la recesión en Estados Unidos y la crisis global, los fondos de ese grupo civil de defensa de migrantes, se agotaron.

La catástrofe del 11 de septiembre no se resumió en muertos, ni en familiares de muertos. Además, estaban los desempleados: aquellos mexicanos en negocios cercanos a las Torres, unos 900. Después, a este cúmulo de víctimas se agregaron los trabajadores mexicanos que limpiaron el derrumbe. Cientos. Algunos se enfermaron de las vías respiratorias al grado de la muerte. 2002 y 2003 fueron años malditos para ellos: fallecieron en hospitales o en sus casas, sin que el gobierno de Nueva York los reconociera.

Pese al caos, el presidente Vicente Fox no se acercó a la asociación Tepeyac. Las tragedias suelen ser momentos de definición para los gobiernos. El terremoto de 1985 en la ciudad de México marcó la imagen de Miguel de la Madrid; la matanza de Acteal ha sido una sombra para el presidente Ernesto Zedillo, quien espera inmunidad ante una corte de Estados Unidos después de una demanda de particulares anónimos. Acaso Felipe Calderón lleve como lastre la Guardería ABC y el Casino Royale. Los atentados del 11 de septiembre en Nueva York paralizaron a Vicente Fox. Tras el derrumbe de las torres, a Fox se le desmoronó la agenda bilateral que había planeado en la luna de miel de su primer año de su gobierno, cuando era considerado “campeón de la democracia”.

En septiembre del año 2000, aún como presidente electo, había viajado a Canadá y Estados Unidos. George Bush asumía el primer mandato del país del norte y decidió realizar su primer viaje internacional al rancho de Fox en San Cristóbal, Guanajuato. Había buenas señales. El entonces canciller, Jorge Castañeda, propuso después un acuerdo migratorio integral para escalar la relación México-Estados Unidos a un nivel mayor, al estilo de lo que el gobierno de Carlos Salinas de Gortari aspiraba con el Tratado de Libre Comercio.

Vicente Fox y George W. Bush. Foto: Cuartoscuro
El 6 de septiembre de 2001, Fox volvió a visitar Estados Unidos. Ambos gobiernos emitieron un comunicado conjunto. Bush admitió que imperaba la necesidad de cambiar la política migratoria, impuesta hasta ese momento por Estados Unidos. México amanecía con la esperanza de una nueva relación bilateral.

Sin embargo, cinco días después, las torres gemelas del WTC fueron derribadas. Y casi todos los mexicanos que perecieron eran migrantes ilegales. Fox no los mencionó. No se encuentra un solo discurso en el que aluda a los desaparecidos. Según Joel Magallán el entonces Presidente no se acercó a preguntar qué se ofrecía por Nueva York. Así pasaron los cinco años siguientes: cada vez aparecían más mexicanos que buscaban a sus muertos o solicitaban ayuda en tanto que continuaba la crónica del desencanto para conseguir una relación bilateral más madura. El gobierno de George Bush se concentraba en el combate al terrorismo y la defensa de las fronteras estadunidenses.

A Felipe Calderón, quien asumió la Presidencia en 2006, le tocaron dos eventos cruciales en torno al 11 de septiembre: la muerte de Osama Bin Laden y la conmemoración del décimo aniversario de los atentados. A las víctimas mexicanas, las evocó sólo cuando reaccionó a la captura de Bin Laden. Calderón dijo que Bin Laden era un criminal y recordó que en los atentados también hubo víctimas de México.

“Se trata de un criminal que provocó la muerte de miles de personas inocentes en todo el mundo, incluyendo inocentes en el mundo, incluyendo a mexicanas y mexicanos honrados y trabajadores que fallecieron en los atentados del 11 de septiembre del 2001, en Nueva York”. Esa fue la última alusión oficial a los mexicanos del 11 de septiembre.


¿CÓMO SE CALCULAN LOS MUERTOS?



La Asociación Tepeyac, una de las principales organizaciones defensoras de los inmigrantes mexicanos en Nueva York, refrenda su cálculo: la cifra podría ascender a 500 porque hubo reportes de por los menos 50 casos de connacionales que trabajaban en algunos pisos del WTC.

A ellos se sumarían otros 450, repartidos en restaurantes, florerías, los Star Bucks, los Mc Donalds, los Burguer King, las pizzerías, los carros de hot-dogs, los departamentos cercanos a donde los mexicanos iban a hacer limpieza… Ninguno fue reconocido, mucho menos identificado. En todas esas muertes pesó la calidad de ilegal.

En enero de 2006, a través de una cooperativa, un grupo de migrantes ex empleados del restaurante Windows on the World abrió su propio establecimiento. Lo llamaron Colors y de acuerdo a su entonces gerente general Stefan Mailvaganam, es un tributo a los 73 empleados mexicanos que murieron en los atentados. El número para el gobierno de Nueva York pasó inadvertido porque en ninguno de estos casos se aportaron pruebas de ADN, ni nombres, ni historias.

El año pasado, con la construcción del memorial, el gobierno de Nueva York cerró la cifra en dos mil 749 muertos, entre ellos los 246 pasajeros y tripulantes de los cuatro aviones secuestrados. Con ello, sepultó la esperanza de que algún otro mexicano fuera reconocido.














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